Intento enterrar las últimas convulsiones,
ignorar el vicio de la euforia y el lamento,
no dejarme zarandear por el sabor de una sílaba
ni seducir por las caricias de la ira.
Me atraviesa un alud de mordiscos
precipitado desde la cima de una ilusión.
Sé que no puedo beber de este río,
pero quiero verlo fluir
aunque reciba los puñetazos
de un ángel cabreado
de un niño mimado.
Quiero sentirlo vivir,
quiero verlo sentir
ajeno a mi masoquismo
y a mi crisis de sed,
a la violencia de la esperanza
y a la herida en la fe.
Mística en el Telepi
Hace 1 día
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